EL TIEMPO NUNCA VOLVIÓ A SU COMPÁS

Relato de Esma Kučukalić

Era el mejor de los tiempos. Era el peor de los tiempos, como dijo Dickens. Eran tiempos incrédulos, tanto, que llevábamos un par de meses sin ver los informativos en la televisión porque nos tenían hartos del discurso que vomitaban a diario unos locos bajados de las montañas que decían que iban a borrarnos de la faz de la tierra … Leer artículo completo

Un lugar donde estrechar la mano al diablo. El reino de las razones ocultas donde el agua no fue capaz de apagar el fuego y mucho menos sus causas…con solo 10 años su diario se convirtió en crónica de guerra(Bosnia).

Francisco Magallón – España, 2013

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Era el mejor de los tiempos. Era el peor de los tiempos, como dijo Dickens. Eran tiempos incrédulos, tanto, que llevábamos un par de meses sin ver los informativos en la televisión porque nos tenían hartos del discurso que vomitaban a diario unos locos bajados de las montañas que decían que iban a borrarnos de la faz de la tierra. Por las noches nos dedicábamos a ver películas alquiladas en el videoclub. Dábamos una vuelta por la ciudad y veíamos que cada vez había menos cosas en los mercados, pero eran tiempos de ingenuidad. Una mañana que amaneció como las últimas, con la resaca de un buen film de acción, el tiempo se consumió. La ciudad ardía en barricadas, se escuchaba el retumbar de las granadas y el mortero cayendo sobre los barrios. En cada esquina, paramilitares armados registraban a los despistados viandantes que, como nosotros, no se enteraron que aquella noche de abril del 92 había estallado la guerra en Bosnia y Herzegovina.

Con apenas nueve años, sola en mitad de la calle, y la mirada clavada en mi colegio en llamas, fui arrastrada por un hombre armado a casa, quién aporreó la puerta y le espetó a mi madre que era una insensata por dejar salir a una niña en una situación así. La ingenuidad seguía en nuestros rostros a pesar de palpar la muerte en el umbral. Creo que desde entonces ansío ser ingenua porque esa característica tan propia de la niñez se esfumó en aquel instante. Llegó la violencia, el miedo, la huida de Sarajevo, la despedida de mi padre y su pérdida. Quizá él nunca dejó marchar la inocencia y prefirió quedarse en su ciudad con todos los demás antes que perder la fe en el otro. A nosotras, a mi madre, hermana y a mí, nos tocó el exilio. Ser refugiadas, mujeres, doblemente vulnerables. Sin casa, sin país, sin idioma, sin él, y sólo con el presente como horizonte, y más que la razón, con los ganglios y con la intuición como única arma de subsistencia. Llegó por el azar también España, su luz, su mar y un amparo frágil pero sanador para unas convalecientes.

Y tal y como comenzó, la guerra paró, dejando un balance enorme de muertos, mutilados y almas rotas. Estas heridas con los años se van cubriendo de costra y parecen curar, pero el tiempo nunca volvió a su compás. Ni para los que se quedaron y sobrevivieron, ni para los que nos marchamos. Nuestro tiempo pende de aquel 1992, después del que todo lo que ha venido ocurriendo es como un intermedio de vida real, agitado únicamente por los recuerdos de los que ya no están. Quizá nuestra ingenuidad tiene la culpa de todo, o quizá el acto bárbaro de aquellos misántropos que decidieron parar nuestro tiempo.

 

Esma Kucukalic